#5. Cuando una herida es más fuerte que la salud
Recientemente escuché una conferencia del filósofo Slavoj Zizek [Eslovenia, 1949] en la que explicaba que la muerte y resurrección de Jesucristo dieron completamente la vuelta a lo que se entendía que era Dios, y que, aun hoy, la mayoría de los cristianos seguimos sin entenderlo del todo.
Esta explicación me ha hecho darme cuenta de que puedo estar leyendo algunos textos del Nuevo Testamento con una determinada mirada que les quita gran parte de su fuerza. Con el riesgo de que, al final, mi vida cristiana no sea muy diferente a la de una persona de otras creencias. Si somos sinceros, el modo cristiano habitual de vivir se parece mucho al de otras religiones: rezamos, participamos en celebraciones religiosas y se practica la bondad. Pero el cristianismo tiene algo más. Pongamos, por ejemplo, la aparición de Jesús a Tomás y los primeros discípulos que se lee este domingo (Jn 20.19-31).
Jesús ha resucitado y los discípulos conocen la noticia, pero se encuentran en una sala cerrada por miedo a los judíos. La aparición de Jesús les llena de alegría. Sin embargo, falta uno de ellos – Tomás. Este rechaza creer mientras no lo vea. En este punto, Tomás nos representa a todos, personas invitadas a creer, aunque no hayamos tenido oportunidad de conocer personalmente a Jesús. Sin embargo, el texto abre a una interpretación más profunda. Una semana más tarde, en la segunda aparición de Jesús, los discípulos vuelven a estar en una sala cerrada. La sala cerrada es imagen de una vida que no ha terminado de cambiar, de ser coherente con lo que ha visto. Solo la interpelación de Jesús a Tomás para que este toque sus heridas produce el cambio de mentalidad. A Tomás se le abren los ojos y realmente entiende, por fin, lo que está viendo. Ahora nosotros somos como el resto de discípulos, personas que creen, pero que seguimos presos de nuestros miedos y angustias vitales.
Interpretado así, la implicación de este texto es inmensa. No basta con saber que Jesús ha resucitado, ni siquiera con verle, ni viendo sus heridas saber que es real. Podemos ver y creer todo eso, pero seguir viviendo de forma parecida. De hecho, es lo que sucede habitualmente. Falta algo más: tocar las heridas de Jesús. Pero, ¿qué significa esto exactamente?, ¿qué puedo yo hacer?
El texto me evoca episodios centrales en la vida de Francisco de Asís o Francisco Javier. Narraron cómo tocar o besar las heridas de un leproso fue clave en su transformación. Fue perder el miedo a la muerte y a relacionarse con personas de las que normalmente huimos. No es casual que en las lecturas de este domingo también figure el relato de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4,32-35) en el que los primeros cristianos ponían todos sus bienes en común. Ser cristiano es perder otro de los miedos esenciales de la condición humana: la carencia, buscar la seguridad material, o de otro tipo, como centro de la vida.
La conclusión del discurso de Zizek fue impactante. Los conflictos de ideas han sido a veces dramáticos en la historia de la humanidad. Lo relacionó con el ateísmo. Este es un discurso sobre la falta de sentido de nuestro origen cósmico y biológico. Pero seguimos sabiendo tan poco… ¿qué podemos afirmar con seguridad cuando todavía no podemos explicar el 90% de lo que hay en el universo? Al final, son otras creencias, otra fe, aunque se esté convencido de que las ideas son muy científicas.
El texto nos dice que tocar las heridas de Jesús (y en él, de cualquier otro crucificado) cambia nuestra experiencia de lo que es Dios. A menudo, nos resulta más fácil defender con ardor nuestras creencias que modificar nuestra manera de vivir. La brecha entre lo que decimos creer y cómo actuamos puede ser abismal.
Para reflexionar:
1. ¿Me identifico en este texto más con Tomás o con el resto de los discípulos?
2. ¿Qué hay en mi forma de vivir que refleje que Jesús ha resucitado?
3. ¿Qué heridas de otros soy / he sido capaz de tocar y quizás sanar?, ¿soy capaz de tocar las mías?