En psicología se utilizan mucho tests de personalidad, aunque se discuta su validez científica. El más conocido es el Myers-Briggs que clasifica los seres humanos en torno a dos pares de cuatro factores: introvertido – extrovertido, sensitivo – intuitivo, etc. Otras tipologías relacionan nuestra personalidad con colores o elementos de la naturaleza. Todas cubren la necesidad de entendernos y situarnos en relación con otros. Recientemente me hablaron de otra, el Eneagrama, cuya ventaja es que no solo describe, sino que explica lo que somos a partir de nuestra necesidad psicológica básica.
Según esta propuesta, lo que nos define son las heridas que hemos tenido a lo largo de la vida. De cómo las gestionamos viene nuestra forma de relación con el mundo y los demás, entendiendo que la gestión no es la curación, sino tapar el dolor que nos genera. Ocurre que todos tendríamos heridas porque el hombre es el ser vivo que más tarda en desarrollarse física y psicológicamente. Es decir, pasamos mucho tiempo en situación de vulnerabilidad, que nos deja marcados para siempre. Lo peor es que gran parte de esto sucede en los años de nuestra niñez, de la que precisamente apenas tenemos recuerdos, como si la herida hubiera quedado cubierta por una costra que la deja inadvertida. Esto explicaría por qué todos somos un poco “raros”, sin ser del todo conscientes de ello.
Una periodista del Financial Times (Isabel Berwick, 8 Abril 2024) expresaba esta misma idea hace pocos días: todos vamos por la vida “arrastrando una maleta difícil de manejar llena de equipaje reciente emocional, una vida de decepciones y algunas reliquias de la infancia”.
Lo he recordado leyendo el Evangelio de este domingo 14 abril. Lucas (24,35-48) narra una nueva aparición de Jesús resucitado. Y destaca el mismo detalle que ya habíamos observado la semana pasada en el relato de Juan: Jesús muestra las heridas de su crucifixión a sus discípulos. ¿Por qué los dos evangelistas insisten en la misma idea?
Ya apuntamos que, si nos tomamos en serio este relato, cambia radicalmente nuestra comprensión de Dios: desde el Dios todopoderoso al Dios que está herido. Sus heridas limpias no son solo manifestación de su amor e invitación a refugiarnos en ellas en nuestros momentos de mayor oscuridad y desconsuelo. Son también nuestra principal puerta de entrada a la inmensidad de su amor.
En otras palabras, pensamos en Dios como el que puede todo sobre el universo. Por eso, no entendemos cómo puede haber mal y dolor si Dios es inmensamente bueno. Pero cambia completamente, si tenemos la experiencia que el poder de Dios es su capacidad para sanar nuestras heridas y limitaciones. Esto no es fácil de entender, ni de vivir. A veces tenemos heridas muy grandes y dolorosas. Lo que Jesús nos enseña es que no tienen por qué ser la última palabra de nuestra vida.
Todos albergamos un potencial extraordinario. Pero pagamos un alto precio por tapar nuestras heridas, que condiciona nuestra comprensión de la realidad y nuestras relaciones. La forma habitual de gestionarlas paradójicamente aumenta la herida. Nuestra inseguridad nos lleva a acumular más bienes y más vacío, nuestra necesidad de amor a multiplicar las relaciones, etc. Vivimos en la paradoja de necesitar continuamente la validación de otros, y, a la vez, estar hiriéndonos continuamente.
La resurrección herida de Jesús nos habla de una vida más grande que la biológica, pero el camino es liberarnos de nuestras cadenas y desplegar toda nuestra capacidad de amar. Se trata de querer con fuerza limpiar nuestras heridas, y sanar con ellas a otros. Tenemos mucho para rezar o meditar.
Para reflexionar:
1. ¿Qué sentido crees que tiene que Jesús resucitado nos muestre sus heridas?
2. ¿Qué cadenas me ayuda a romper Dios? ¿qué heridas sano en Él?
3. ¿Cuál es mi herida(s) básica(s)?, ¿cómo se manifiesta a lo largo del tiempo?
Gracias, Alberto, me ha hecho reflexionar tu texto de hoy. Pensaba, cuando somos niños y nos hacemos una herida, corremos a compartirla con los amigos y enseñarla. Y miramos las heridas de nuestros amigos y preguntamos si duele o no. Pero crecemos, y muchas veces dejamos de mostrarlas y pasamos a esconderlas, que nadie las vea. Dicen que una herida cura mejor al aire. Me ha hecho recordar lo que se dice en algún sitio ... "sed como niños". Gracias de nuevo. Buena semana.