#7. La piedra descartada por los arquitectos
Esta es una de las frases más enigmáticas de toda la Biblia: “la piedra descartada por los arquitectos es ahora la piedra angular”. Aparece solamente en dos textos de toda la Sagrada Escritura, pero su significado va mucho más allá de su número de repeticiones. En la Biblia judía nos lo encontramos en el salmo 117, llamado el “Gran Hallel”, el último y más solemne de los salmos que se canta en la Pascua judía. Es un salmo de victoria militar, en medio del cual esta frase parece un tanto extraña. Jesús, con toda probabilidad cantó este salmo en la Última Cena. Y un eco de ello es que también aparece en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4,8-12), en donde Pedro, entendiéndolo como un anuncio profético, identifica la “piedra descartada” con Jesús.
El gran antropólogo franco-estadounidense de la segunda mitad s. XX, René Girard (1923-2015) es quien más ha explorado el trasfondo de esta frase. La piedra angular – también llamada clave – es aquella que sostiene un arco, evitando que los dos muros que une se desplomen. Estos arquitectos son una metáfora de los gobernantes de la ciudad o del país: quienes construyen los muros y fundamentos sobre los que se basa. La imagen es compleja, porque apunta a las distintas clases o grupos sociales que existen en cualquier sociedad y los equilibrios que hay mantener entre ellos.
Girard, en su libro-entrevista “Los orígenes de la cultura”, que sintetiza otros trabajos previos, formula una hipótesis atrevida, pero muy sugerente. Toda cultura humana está basada en una “piedra descartada”. Esto es, la cultura – sea en India, Oriente Medio o América – nació a raíz de un grave enfrentamiento entre dos grupos humanos, que han sido capaces de reconciliarse al identificar un culpable, y sacrificarlo oportunamente para lograr la paz. El recuerdo de este suceso a través de determinados ritos, con el objetivo de evitar tensiones y enfrentamientos futuros, habría dado lugar a las primeras realizaciones o manifestaciones culturales de la humanidad.
Dando un salto histórico muy grande, esto mismo sería el trasfondo de la Pasión de Jesucristo, expresado en distintos momentos del relato (“esto es mi cuerpo, esto es mi sangre”; “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, etc.). Nadie como San Pablo (Ef 2,13-17) ha expresado con mayor claridad la misión reconciliadora de Jesús. La diferencia es que en Jesús la víctima, no sólo no tiene ninguna culpa en el enfrentamiento, sino que se ofrece libremente para reconciliar a los desavenidos o enemigos. Así, la Pasión de Jesucristo descubre que todo proceso de enfrentamiento y aparente resolución de conflictos sociales tiene víctimas, y que estas, en la mayoría de casos, son inocentes.
Es impresionante leer el evangelio de este domingo (21/04/2024) desde esta perspectiva. Con el valor tan grande que tiene la vida, la única que tenemos, saber que una persona la dio para reconciliar a la humanidad entera creo que supera nuestra capacidad de comprensión, incluso nuestros deseos más altruistas y generosos. Y, sin embargo, esta es nuestra fe. Recordemos esto cuando tantos conflictos nos rodean. Pero no solo esto, todo nuestro progreso y desarrollo económico es consecuencia de otros tantos conflictos (por territorios, acceso a recursos, reparto de rentas, etc.) que también han tenido y siguen teniendo sus víctimas inocentes. Víctimas cuyo sacrificio en el altar del progreso no recordamos ni honramos. Por esto quizás la mayoría de nuestras actividades culturales acaban siendo meramente estéticas, recuerdos de otra época cuyo significado profundo hemos acabado olvidando.
Reconciliar, construir la paz, en cualquier contexto, es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos. Necesitamos meditarlo con más detenimiento.
Para reflexionar:
1. ¿En qué situaciones o momentos he sido agente de paz?, ¿qué me ha supuesto?
2. ¿Qué sentimientos me produce el sacrificio de Jesús?, ¿me conmueve o más bien me aleja?
3. ¿Soy consciente de la existencia de víctimas inocentes?, ¿qué puedo hacer yo desde mi día a día?