La Iglesia católica celebra hoy el tercer domingo de Adviento y sus lecturas (15/12/2024) anticipan el gran acontecimiento del Nacimiento de Jesús, del que quedan menos de 10 días. Por eso, el tema central es la alegría, que tantos elementos de la tradición (villancicos, regalos, comidas especiales, encuentros familiares…) intentan evocar. Pero, como comentamos recientemente, no todas las personas encuentran fácilmente dicha alegría en estos días. A algunas, porque les recuerda los seres queridos que ya no están, u otros momentos de la vida más felices. A otras, porque les trae mucha nostalgia, si viven en un país que no es el suyo o no se sienten bien integrados allá donde están.
Pero hay otra razón muy presente en nuestra sociedad: este consumo masivo superficial que, en el fondo, nos deja vacíos. El Papa Francisco tiene una encíclica dedicada precisamente a este tema, Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio), en cuyo parágrafo nº 2 afirma:
“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”.
Ignacio de Loyola (Azpeitia, 1991 – Roma 1556) afirma algo parecido en el documento fundacional que recogía el espíritu de la Compañía de Jesús: “Como hemos experimentado que es más feliz, más pura y más apta para la edificación del prójimo la vida que se aparta lo más posible de todo contagio de avaricia, y se asemeja lo más posible a la pobreza evangélica…” (Fórmula del Instituto, IV).
Como hemos experimentado que es más feliz… Esta es una de las principales paradojas de la vida. Desde luego, nadie desea la miseria, ni es buena, ni física, ni espiritualmente, para el ser humano. Son muchas las personas que invierten lo mejor de su vida y su esfuerzo en obtener un gran patrimonio económico. Son evidentes los beneficios que esto reporta en nuestra sociedad. Pero, a la vez, se paga un precio muy alto por una vida centrada en lo material. No estamos hablando de momentos puntuales, donde tener dinero para viajar y disfrutar de tantos bienes puede ser deseable, sino de la felicidad en el conjunto de una vida, que más tiene que ver con nuestra capacidad de amar y ser amados, y esto no tiene precio, ni se puede comprar en ningún mercado. Más bien, lo contrario.
Existe una conexión profunda y espontánea entre la alegría y la niñez. Jesús presenta a los niños como modelo para quien quiera ser como Él (Mt 19,14). Y nunca se me olvidará aquel día en que dando clases en un colegio de Valladolid a alumnos de 5º de Primaria (c. 9 años), todos convenían que lo que más felices les hacía era que sus padres les quisieran. Unos años más tarde, en plena adolescencia, los amigos y la autonomía sustituían el amor de los padres, pero también entraban los miedos y las incertidumbres.
¿Qué podemos hacer estas Navidades para recuperar algo de la alegría de la niñez? Dando gracias y disfrutando de los dones materiales de la vida, ¿qué pasaría si compartiéramos algo de ellos con otras personas? Quizás, como ya propusimos, ¿por qué no invitar a alguien que pueda estar solo o sentir tristeza en estos días?
Os recuerdo el retiro que María Gómez y yo hemos lanzado para recuperar el sentido profundo de la vida. Será en el Castillo de Javier (Navarra) los días 14 al 19 de enero de 2025. Si queréis más información, escribid a retreatradical@gmail.com.
Una hilandera
Giacomo Francesco Cipper, 1700 - 1730
©Museo Nacional del Prado
Para reflexionar:
1. ¿Te estás preparando de alguna manera especial para celebrar esta Navidad, más allá de los preparativos propios de las fiestas, o, poco a poco, cada vez se celebra menos?
2. ¿Cómo te resuenan los textos del Papa Francisco o la Fórmula de la Compañía de Jesús?
3. ¿Te gustaría hacer alguna de las propuestas que te sugiero, pero no sabes cómo?
Si se quiere obtener la esencia de las cosas, se requiere dedicar un tiempo para preparar el acontecimiento, de manera que nuestra voluntad, entendimiento estén en total disponibilidad para aprehender lo importante. De la misma manera, cuando acudimos a una entrevista, dedicamos tiempo a su preparación y en una conversación coloquial podemos expresar lo primero que se nos viene a la cabeza.
En el evangelio encontramos la respuesta a una de las preguntas claves que nos persigue en nuestra existencia y se formula en unos términos que nos recuerda que tenemos que ser como niños. Y no se trata de deambular en la inmadurez que a veces parece permanente en gran número de personas ni de responder de modo infantil a los desafíos y cuestiones varias.
Los niños confían en sus padres, se abandonan en sus brazos, no conocen el apego a los bienes materiales y la soberbia no les ha elevado sobre los que le rodean. Por el contrario, nos esforzamos por vivir como si Dios no existiera y nos guiamos según nuestros criterios o ponemos todos los límites que podemos a la acción divina. Y así conseguimos ocultar que la alegría verdadera, la que mana de las fuentes vivas, reside en responder y ser fiel a la vocación a la que somos llamados. San Ignacio de Loyola lo expresaba de manera magistral en un concepto que denominaba como " santo abandono ".
Muchas de las cosas, de los mensajes que nos rodean estos días parecen dirigidos a ocultar lo único importante: alegrarnos del Dios que se hace Niño y que es enviado para hacer cargo de cada uno de nosotros. Esto podría llevarnos a pedirle que nos enseñe a aumentar nuestro amor. Seguro que recuperamos la alegría y no solo por los éxitos, también por los fracasos, y así nos ponemos en sus manos, nos abandonamos a su providencia.