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Si hay un rasgo que define la sociedad actual, entre otros, es el del individualismo que va ganando terreno y que explica que el egoísmo, la prevalencia del yo sea el elemento relevante en las relaciones humanas. Pudiera parecer que éxito profesional, el poder, la acumulación de bienes materiales, son objetivos irrenunciables y merecen todo nuestro esfuerzo aunque, en ocasiones ,supongan anular, minusvalorar y dejar por el camino a muchas personas que no merecen ni una mirada de consuelo.

Planteado así, la tentación asoma a la vuelta de la esquina, en forma de poder, seducción, o cualquier otra forma sutil que pudiera revestir y lo hace con tal " elegancia " que puede llegar a cuestionar nuestra actitud, introducir la duda o poner en cuestión la autenticidad del camino que hemos elegido las personas de fe. He aquí la gran tragedia del hombre de hoy, cuestionado y llevado a levantar a toda costa otra torre de Babel, porque ha olvidado a Dios y juega a ser Dios.

En Filipenses se nos recuerda que "somos ciudadanos del cielo " y que en la carrera que hemos iniciado " nos preparamos como cualquier atleta, imponiendo una serie de privaciones, pero para alcanzar una corona que no se marchita ". El servicio a los demás, la gratuidad, la entrega desinteresada resultan el contrapunto obligado y nacen de la experiencia del amor de Dios. Si hubiera que destacar aquellas vías que nos conducen a la totalidad en la entrega a los demás, se podrían resumir en la fidelidad a la Gracia y en el encuentro con Cristo; encuentro que nace de la oración.

Así se puede comprender mejor las continuas llamadas "a entregar la vida por los demás ", "el Señor explica que no ha venido a ser servido sino a servir, " , "Juan nos recuerda que la fe sin obras está vacía",. Y así, cualquier acontecimiento, experiencia de vida por muy adversa que ésta sea, será siempre para bien ( Romanos ), porque es el instrumentos para ayudar, socorrer, dar la mano a otros Cristos; es Cristo es el que se trasluce en las personas que sufren y viven en el abandono y la indiferencia.

A modo de colofón, recuerdo unas palabras del jesuita chileno, Padre D. Alberto Hurtado, canonizado a principios de este siglo, infatigable apóstol, quien afirmaba que " está bien no hacer el mal, pero está mal no hacer el bien".

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