Creo que gran parte de los problemas (si no todos) que tenemos como humanidad, individual y colectivamente, nacen de la ambigüedad de los pensamientos o sentimientos humanos. Deseamos la paz, pero tantas veces somos agresivos. Necesitamos normas justas para convivir, pero colaboramos o no reaccionamos suficientemente ante muchas injusticias. Sabemos de la importancia del amor para tener vidas felices, pero nos herimos con frecuencia. El apóstol Pablo lo sintetizó en la inolvidable frase: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7,19).
El psicoanalista y filósofo Erich Fromm (Alemania, 1900 – Suiza, 1980) en su libro “El corazón del hombre” explica que la esencia del ser humano es una contradicción inherente a su existencia, derivada del contraste entre nuestros instintos (seguridad, supervivencia, etc.) y nuestra autoconciencia (vulnerabilidad, ansia de libertad, etc.), entre nuestra espontaneidad y nuestros deseos más profundos. Cómo resolvamos este contraste es clave en la dirección que tomará nuestra vida, sabiendo que ningún paso es neutro, cada paso hace más fácil el siguiente en una dirección y más difícil en otra. Creamos hábitos y modos de pensar que justifican una determinada dirección y nos dificultan cambiar de ruta.
Podemos entender todo el progreso humano como una respuesta a esta contradicción. Primero la técnica, y ahora la tecnología, son el resultado del esfuerzo por hacer más llevadera la existencia, alcanzar metas más altas, dedicarnos a tareas más satisfactorias. Pero parece que esta escalera no tiene un último peldaño. Ya no se trata de desarrollar una máquina que me ahorre un esfuerzo físico o lo haga más rápido. Es el lastre de la existencia biológica el que hay que superar. Puede ser la enfermedad, los límites de mi memoria o incluso mi condición sexual, son barreras que hay que poder saltar.
El cristianismo, sin embargo, ofrece una forma diferente de superar esta contradicción. El punto de partida es semejante: el deseo de alcanzar una plenitud, desarrollar todo el potencial que está a veces aprisionado en nuestro interior. Pero la respuesta no va a consistir en superar la biología, sino en asumirla plenamente para traspasarla. Los textos de este domingo (20/10/2024) son un buen ejemplo de ello. Creer en Dios no es un salvoconducto para evitar el dolor, la enfermedad o la fatalidad de la muerte. Al contrario, el Libro de Isaías y la Carta a los Hebreos dejan claro que hay que aceptarlos. Y que es así – cuando los asumimos conscientemente – cuando realmente entramos en otra forma de vivir.
El resultado es resignificar circunstancias como la vida, la muerte, el éxito o el fracaso. Lo que antes nos atraía (éxito, riqueza) o producía rechazo (muerte, pobreza), pasan a ser la puerta de entrada a otra realidad. En el fondo creo que todos tenemos experiencia de esto. De cómo momentos buenos, no lo fueron con perspectiva tanto. O de cómo momentos duros nos han cambiado para bien. Para Fromm, la división interior es el precio que pagamos por la libertad humana. Desde la visión cristiana, el conflicto, sin embargo, no puede ser la última palabra: debe existir una posibilidad de reconciliarnos interna y externamente, de integrar nuestras potencias y sentimientos en una vida de plenitud. En el Evangelio, los discípulos que rodean a Jesús han aceptado dejar todo para seguirle. Pero no han conseguido desprenderse de su deseo de poder y ser más que otros. Jesús les propondrá el servicio radical como vía para librarse de este egoísmo agotador, y descubrir que, a pesar de su apariencia, el mundo no es necesariamente hostil. Somos nosotros quienes lo hacemos así.
Junto con María Gómez, hemos lanzado un retiro los días 14 al 19 de enero de 2025. En el Castillo de Javier (Navarra). Os ofrecemos un espacio privilegiado para pararnos y mirar la vida de otra manera. Para profundizar en Aquél o aquello que le da sentido. Más información en retreatradical@gmail.com.
Sansón, detalle
Joaquín Espalter y Rull, hacia 1850
@museo del prado
Para reflexionar:
1. ¿Experimentas en tu interior estas contradicciones o luchas interiores de las que habla el texto?
2. ¿Consigues resolverlas?, ¿cómo?, ¿por cuánto tiempo?
3. ¿Descubres en una vida de servicio y desprendimiento la paz y el sentido que la llenan?
Si hay un rasgo que define la sociedad actual, entre otros, es el del individualismo que va ganando terreno y que explica que el egoísmo, la prevalencia del yo sea el elemento relevante en las relaciones humanas. Pudiera parecer que éxito profesional, el poder, la acumulación de bienes materiales, son objetivos irrenunciables y merecen todo nuestro esfuerzo aunque, en ocasiones ,supongan anular, minusvalorar y dejar por el camino a muchas personas que no merecen ni una mirada de consuelo.
Planteado así, la tentación asoma a la vuelta de la esquina, en forma de poder, seducción, o cualquier otra forma sutil que pudiera revestir y lo hace con tal " elegancia " que puede llegar a cuestionar nuestra actitud, introducir la duda o poner en cuestión la autenticidad del camino que hemos elegido las personas de fe. He aquí la gran tragedia del hombre de hoy, cuestionado y llevado a levantar a toda costa otra torre de Babel, porque ha olvidado a Dios y juega a ser Dios.
En Filipenses se nos recuerda que "somos ciudadanos del cielo " y que en la carrera que hemos iniciado " nos preparamos como cualquier atleta, imponiendo una serie de privaciones, pero para alcanzar una corona que no se marchita ". El servicio a los demás, la gratuidad, la entrega desinteresada resultan el contrapunto obligado y nacen de la experiencia del amor de Dios. Si hubiera que destacar aquellas vías que nos conducen a la totalidad en la entrega a los demás, se podrían resumir en la fidelidad a la Gracia y en el encuentro con Cristo; encuentro que nace de la oración.
Así se puede comprender mejor las continuas llamadas "a entregar la vida por los demás ", "el Señor explica que no ha venido a ser servido sino a servir, " , "Juan nos recuerda que la fe sin obras está vacía",. Y así, cualquier acontecimiento, experiencia de vida por muy adversa que ésta sea, será siempre para bien ( Romanos ), porque es el instrumentos para ayudar, socorrer, dar la mano a otros Cristos; es Cristo es el que se trasluce en las personas que sufren y viven en el abandono y la indiferencia.
A modo de colofón, recuerdo unas palabras del jesuita chileno, Padre D. Alberto Hurtado, canonizado a principios de este siglo, infatigable apóstol, quien afirmaba que " está bien no hacer el mal, pero está mal no hacer el bien".