Hoy es Domingo de Resurrección, el día más grande para los cristianos. Porque hubo resurrección existe la fe, la esperanza que hay vida más allá de esta, y que Jesús es su mejor puerta de acceso. Para muchos es más fácil no creer en ella, pensar que el cristianismo es una ética: un gran hombre que mostró un amor y una misericordia extraordinarias. Ya es bastante, pero esto no cambia la historia del mundo.
La semana pasada planteamos que la fuerza del cristianismo reside en afirmar algunos hechos fantásticos (encarnación, milagros, resurrección…), detrás de los cuales se revela una profundidad y una sutileza humanas nunca vistas. Solo esto ya merece una reflexión detenida. Que en lo fantástico se asome algo profundamente humano apunta al misterio que somos, como si hubiera más por descubrir de lo que se muestra. La cuestión es que este descubrimiento es incluso para nosotros mismos.
Volver a la vida habiendo fallecido – y aún más si lo hiciste triturado en un patíbulo – desafía toda lógica humana. La muerte es lo que más miedo nos da. Es inapelable, no hay vuelta atrás: solo vacío y silencio. ¿Qué se revela de profundamente humano en la resurrección de Jesús?
La resurrección remite a una historia concreta: unas mujeres y hombres que afirmaron ver a quien habían visto morir destrozado. Esta constatación es indemostrable, pero sí lo es que esas personas – y otras muchas después – cambiaron radicalmente sus vidas después de dicho encuentro. Lo que pretendía disuadir y escarmentar, se transformó en imán para generaciones posteriores de personas.
La Resurrección de Jesús pasa así a ser una afirmación biológica y culturalmente revolucionaria: la muerte no tiene la última palabra, la muerte, ni siquiera la más cruel es el fin de todo. El miedo puede ser vencido. La Resurrección de Jesús es la afirmación de que el hombre puede superar las fronteras de lo que llamamos vida, viviendo de otra manera; que la injusticia y el mal no siempre vencerán.
La Resurrección de Jesús también significa algo muy relevante para el pequeño intervalo en el que se desarrolla toda vida humana. El triunfo de Jesús sobre la muerte no es solo algo sobrenatural: podemos atisbarla en momentos concretos de nuestra vida. Me refiero a nuestros momentos más difíciles. Por muy oscuro que se ponga el mundo – y a veces se pone mucho – hay una luz detrás. A veces – con mucha paciencia y quizás ayudas de otros – superaremos la adversidad; otras tendremos que soportar mucho dolor para descubrir algo en nuestra vida que la transforma, la da un sentido más profundo.
La vida vivida con el horizonte de Jesucristo es un itinerario de continuas muertes y resurrecciones. Intentar superar los límites de nuestra fragilidad es siempre muy doloroso. Nuestro cuerpo, los condicionamientos de todo tipo nos atrapan, nos encadenan. Cada paso que damos hacia Él se enfrenta a un nuevo obstáculo. Qué fatigoso es cada paso y qué fácil resulta desandar en un instante lo que con tanto esfuerzo hemos caminado. Pero incluso en medio de nuestros fracasos nos damos cuenta de que solo en Él encontramos palabras auténticas de vida. Hay que volver a empezar.
Últimamente, la Resurrección de Jesús es la afirmación que hay algo más allá de lo material que vemos y tocamos. Muchas personas, de distintas maneras, tienen esta experiencia. Existe una vida espiritual que transciende lo material: puede ser un sueño, un contacto con otra persona que supera el tiempo o el espacio, una persona en coma que vuelve en sí… La oración que nos hace sentir la presencia de Dios.
¡Feliz Pascua!
Preguntas:
1. ¿Qué significa para ti la Resurrección de Jesús?, ¿es solo una creencia intelectual o tiene consecuencias prácticas?
2. ¿Tienes alguna experiencia espiritual que te haga intuir, sentir… que existe vida más allá de esta,
que existe una dimensión espiritual más allá de y sobre la material?
3. ¿Qué experiencias concretas de muerte y luz, o muerte y resurrección tienes en tu vida?, ¿cómo las interpretas?