Libertad e institución
Una de las asignaturas que enseño en ESADE se llama “Global Strategy” (Estrategia Global). Es una asignatura de máster (alumnos entre 22 y 25 años) y en ella repasamos los principales elementos o decisiones que hay que analizar para que las empresas desarrollen una estrategia exitosa de carácter global: en qué mercados o países entrar o invertir, qué productos lanzar, con qué recursos, etc. Entre estas, hay una cuestión muy relevante que, normalmente, ocupa un segundo lugar, la organización de la empresa. Esto es, cómo organizarse internamente y con qué tipo de cultura o valores, cómo retener el mejor talento, y sacar lo mejor de las personas, individualmente y como equipo.
Pocos saben cuál es la organización más antigua del mundo. Tan antigua como veintiún siglos. Es la iglesia católica. Y eso que su experiencia histórica ha arrostrado todo tipo de situaciones, incluidas muchas dificultades, internas y externas. Probablemente, muchas organizaciones tendrían mucho que aprender de esta institución. Entre otras razones, porque la edad media de las principales empresas del mundo ha caído por debajo de los 20 años, y parece que continúa reduciéndose. Sin embargo, en los programas de estudio organizativo la Iglesia ni siquiera se menciona como objeto de estudio.
Esta reflexión es relevante porque este domingo (19/05/2024) celebramos el día de la Iglesia. Los cristianos lo llamamos Pentecostés. Desde muchos puntos de vista, la institución es sorprendente. En primer lugar, no fue propiamente establecida por el fundador de la religión (Jesucristo). Ni tuvo una constitución o documento fundacional claro desde su inicio. Tampoco se determinó quién sería o cómo se elegiría a su máximo responsable. Sorprendentemente para una institución tan longeva, las referencias son mínimas. Algunas de estas cosas todavía se siguen discutiendo. Más bien se habla de un elemento ambiguo: el espíritu, que ayudaría a resolver todos los problemas que se generasen. Los textos que escuchamos este domingo ofrecen dos pistas muy importantes. En primer lugar, que el receptor de ese “espíritu” no es una persona sola, ni una pequeña camarilla, sino una comunidad, un grupo de personas suficientemente amplio para evitar dinámicas de apropiación. En segundo lugar, que la institución nace con una misión, que se expresa en categorías de salvación o, con lenguaje más moderno, impacto radical positivo sobre el mundo entero.
Para evitar lecturas superficiales o idealistas, es preciso destacar que la coexistencia a lo largo de los siglos entre este origen “espiritual”, que remite a la acción libre del Amor de Jesucristo, y las exigencias del mantenimiento de la institución, a través de épocas buenas y malas, no ha sido fácil. Muchas personas de buena intención han sufrido notablemente dentro de la institución. Y tampoco es algo que haya sucedido meramente en un momento concreto o pasado de la historia. ¿Cómo es posible que en estas condiciones la Iglesia haya seguido existiendo e, incluso aún hoy, siga siendo capaz de mostrar un sorprendente dinamismo, como se aprecia entre algunos grupos de jóvenes?
Muchos dan una explicación teológica: Dios sigue vivo y actuando a través de la Iglesia. Pero también podemos complementar esta interpretación de una forma más humana. El sufrimiento tan grande que nos causamos unos a otros no deja de mostrar que solo Dios llena la vida del ser humano. La misma institución que puede ocasionar heridas dífíciles de curar, refuerza paradójicamente el mensaje esencial que quiere transmitir. La institución es necesaria, es la garantía del anuncio a lo largo de los siglos, y, a la vez, hemos de vivirla sin falsos apegos, poniendo toda nuestra fuerza y el centro de nuestra esperanza sólo en Jesucristo. Sin dejar de desear mejorarla y que cumpla mejor la misión para la que fue creada.
Para reflexionar:
1. ¿Qué experiencia(s) has tenido en tu vida con la Iglesia como institución?
2. ¿Conoces a personas que tengan heridas derivadas del uso de poder dentro de la Iglesia?, ¿y que, a pesar de todo, eso haya reforzado su vínculo y compromiso eclesial?
3. ¿Con toda su historia, cómo podemos trabajar para mejorar hoy la Iglesia?