El evangelio que leemos hoy domingo (Jn 12,20-33), después de una reflexión sobre el sentido de la vida (el grano de trigo que cae en la tierra y muere), acaba con una frase sorprendente: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré todos hacia mí”. Y añade el evangelista: “Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir”.
Esta frase hace alusión a uno de los textos más misteriosos de la Biblia judía, que se encuentra en el Libro de los Números (Nm 21,4-9). En él, el pueblo judío se queja de que, al atravesar el desierto, muchas personas mueren por picaduras de serpientes. Moisés reacciona haciendo una serpiente de bronce que cuelga de un mástil. Todos aquellos que habían sido picados sanaban al mirarla.
Jesús, asombrosamente, parece identificarse con este texto y, por tanto, con la misma serpiente. ¿Podemos imaginar lo que pudo haber sentido Jesús al interpretar que un texto escrito hacía más de mil años estaba, en realidad, dirigido a él? Este animal en la Biblia está asociado a la tentación, al mal o a antiguos cultos que debieron ser una gran amenaza para la religión judía, probablemente relacionados con la reencarnación. En algunas tradiciones bíblicas la asociación de la serpiente con el mal y el pecado es directa (Ap 12,9). Una mirada más fina muestra, sin embargo, que bajo esta primera lectura su significado es más complejo, porque la serpiente significa tanto el veneno como el fármaco; la muerte como la salvación; el pecado como las posibilidades de la libertad del ser humano.
Me parece muy importante entender - a la luz de esta reflexión - que la propuesta cristiana es, en realidad, bastante compleja. Sobre todo, porque en las últimas décadas ha predominado una comprensión del cristianismo muy simple, basada en la afirmación - verdadera, por otra parte - que “Dios es amor”, y que pone en un muy segundo lugar el resto de elementos de la tradición cristiana.
Ciertamente, el evangelio tiene frases que muestran un horizonte de bondad y generosidad extraordinarios: poner la otra mejilla, si alguien te pide una túnica, dale también la capa (Lc 6,29-42), etc. Pero junto a estos, también Jesús habla de la importancia de la fortaleza, resistir la adversidad y ser astutos (de nuevo) como la serpiente (Mt 10,16).
El cristianismo de las últimas décadas tiene un riesgo claro de buenismo, de pusilanimidad, de huir de cualquier conflicto. Para no pocos cristianos, la verdad de la fe y los valores morales fuertes se disuelven en un desear ser buena persona y una capacidad genérica de amar que, en realidad, es muy difícil de alcanzar. En mis propias carnes he sentido el riesgo de perder la fuerza de carácter ante el deseo de no querer hacer daño a nadie, de alcanzar una armonía imposible con quien no quiere. Esto solo nos lleva a deslizarnos por la pendiente de la irrelevancia ya que, a pesar de nuestras buenas intenciones, en realidad no tenemos nada que aportar a este mundo roto.
Desde luego Jesús fue capaz de combinar esa bondad y generosidad extremas con un mensaje fuerte, que llevó a que le quitaran la vida. Siendo considerado (y acusado) por las autoridades como una serpiente (un enemigo del pueblo), en realidad nos ofreció la única salvación posible: mirar hacia arriba. A Jesús le colgaron de un madero para que todos pudieran verle y sirviera de escarmiento. Pero haciéndolo así desenmascaró el alto grado de manipulación política y religiosa que tanto ayer como hoy seguimos padeciendo la humanidad. Además, nos mostró el único lugar donde puede desaparecer la rivalidad entre los seres humanos, donde todos podemos hacernos ricos, sin que signifique quitárselo a nadie. Este lugar es arriba, el lugar de esta tierra donde hacemos presente el reino de los cielos.
Preguntas:
1. ¿Qué aporta tu fe a tu modo de vivir y estar en este mundo?, ¿es diferencial?
2. ¿Te resulta fácil conjugar una vida bondadosa con perseguir con convicción un mundo mejor?
3. ¿Qué aportamos hoy como cristianos a la sociedad?