Solos
En la presentación de su libro “Isaac de Nínive”, el profesor de espiritualidad oriental Francisco José López Sáez (España, 1964) nos explicó algo apasionante. Lo que entendemos habitualmente por cristianismo es su desarrollo en Occidente, sea en su rama católica o protestante. Sin embargo, en sus primeros siglos el cristianismo se expandió, desde Tierra Santa, por los cuatro puntos cardinales: al oeste, norte, sur y este, como si fueran los cuatro brazos de una cruz. Veintiún siglos más tarde, lo que permanece de esta gran expansión es sobre todo uno de ellos. Las vicisitudes históricas han hecho mucha mella. Un gran brazo que, gracias a las órdenes religiosas, entre ellas los jesuitas, e incontables misioneros cristianos, se habría vuelto a expandir por los cuatro puntos cardinales a partir del s. XVI.
El brazo oeste de la cruz es, por supuesto, la expansión por Europa, ligada a los grandes apóstoles Pedro, Pablo y Santiago. El brazo norte es lo que llamamos la ortodoxia cristiana: el mar Egeo y la actual Turquía, llegando hasta el este de Europa y Rusia, muy vinculado a los apóstoles Andrés y Juan. El brazo sur más reconocible es el cristianismo de Etiopía, ligado al apóstol Felipe. El brazo este es el más desconocido: se habría extendido por el antiguo imperio partho (Irak e Irán), hasta alcanzar la India, vinculada a los apóstoles Bartolomé y Tomás. Isaac de Nínive (s. VII), nacido en el actual Qatar (costa arábiga), fue una gran figura de esta rama que desarrolló una espiritualidad ligada a la humildad.
El dato sorprendente ha sido el descubrimiento de que el cristianismo ya en el s. I habría llegado a China, gracias al descubrimiento de una gruta y unos relieves encontrados en Maijishan, en el centro de China. Implica, por tanto, que el cristianismo habría atravesado este enorme país, cinco siglos antes de lo que se pensaba, utilizando la antigua Ruta de la Seda. La llegada a China habría estado, por tanto, vinculada al comercio, probablemente por mercaderes judíos que habrían aceptado el cristianismo.
La enorme fuerza de esta expansión muestra que el Evangelio de este domingo (12/05/2024) fue acogido por las primeras comunidades cristianas con un entusiasmo difícil de exagerar. Es el final del Evangelio de Marcos, un texto muy próximo al final de otro Evangelio, el de Mateo. Lo más impresionante es que esta expansión no se hizo ni con armas, ni con multitud de soldados o medios humanos, ni con tecnología punta, ni con el apoyo financiero de los poderes económicos de la época.
El entusiasmo del cristiano, su capacidad de hacer cosas extraordinarias, de hablar lenguas nuevas, coger serpientes en sus manos, beber un veneno mortal sin que les haga daño, o curar enfermos, viene de haber descubierto que la vida es más de lo que parecía, y de sentirse llenos de una energía que podían afrontar sin miedo cualquier peligro. Muchos de los que han cambiado la historia del cristianismo empezaron solos. Y esto a mí, me cuestiona profundamente.
Hoy necesitamos volver a leer estos textos, y entenderlos literalmente. Tantas noticias que, en el fondo, quieren despertar nuestro miedo, o excitar nuestra ambición, sólo acaban empobreciendo nuestra vida, hacernos repetir a todos los mismos comportamientos, desear las mismas cosas, repetir patrones ideológicos vinculados a intereses muy concretos que, si lo pensamos, no nos ayudan.
La historia del cristianismo muestra que es posible llenarnos de un amor tan grande que puede cambiar radicalmente nuestra vida, con independencia de nuestros bienes materiales y de cuántas personas seamos. A la misma Iglesia no siempre le ha resultado fácil entenderlo. Pero el contexto que vivimos quizás nos llama a volver a ello. ¿Quién, si no, anunciará el gran mensaje de Amor?
Para reflexionar:
1. ¿Conoces la historia del cristianismo y cómo se ha ido expandiendo por el mundo?
2. ¿Sabes que cada brazo de la cruz tiene una espiritualidad cristiana común y, a la vez, distinta?
3. ¿Te sientes de alguna manera llamado a contribuir al anuncio del Evangelio?