El 14 de junio de 2024 quedará para siempre grabado en mi memoria. Este día he pronunciado mis “Últimos votos” en la Compañía de Jesús. Hay dos anécdotas que me gustaría compartir para enmarcar el significado tan especial de este acto. La primera es que hace unos años le preguntaron a Lord Rothschild (Gran Bretaña, 1926-2024), uno de los financieros ingleses, de origen judío, más importantes de la segunda mitad del s. XX y nieto del fundador de uno de los bancos de inversión más famosos del Reino Unido, cuánto dinero tenía. El financiero respondió con la cantidad que había donado a diversas fundaciones y proyectos benéficos en los que participa repartidos por el mundo, porque también era conocido como un gran filántropo. La respuesta puede entenderse como un modo muy ingenioso de evitar una pregunta incómoda de un periodista impertinente. Pero también tiene otra lectura más profunda, porque dado que no podremos llevarnos nada de este mundo al siguiente, el agradecimiento y la generosidad que mostremos en esta vida es nuestra verdadera riqueza, al menos la riqueza del buen recuerdo que dejaremos.
Los “últimos votos” significan la incorporación definitiva del jesuita en la Compañía de Jesús, en mi caso, quince años después de la entrada. No es infrecuente que se tarde incluso algunos años más. Una pregunta resulta entonces pertinente: ¿cómo puede ser que uno tarde 15 o 20 años en entrar definitivamente en una orden religiosa?, ¿qué significado tiene un proceso tan largo?
La ceremonia consiste en una sencilla eucaristía, a cuyo final, además de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia que ya hice en el Noviciado, se añade el llamado “cuarto voto” o de obediencia al Papa para cualquier misión que quiera encomendar.
Profesión de votos de los padres F. Caracciolo y A. Adorno ante el vicario general de la diócesis de Nápoles, Rodríguez de Miranda, Pedro (1738)
@Museo del Prado
La segunda anécdota me sucedió cuando estudiaba la Doble licencia de Derecho y Administración de empresas en la Universidad Comillas ICADE. Es una anécdota en dos etapas. La primera fue una conferencia muy buena de un economista muy famoso a la que asistí cuando empezaba a estudiar la carrera y estaba ansioso por aprender. Años más tarde, acabada la Licencia y, por tanto, después de muchos estudios, volví a asistir a otra conferencia del mismo profesor. Pero ahora la impresión fue muy distinta. La conferencia siguió siendo de mucha calidad, pero el mensaje tenía una clara intencionalidad política y estaba alineado con una determinada visión del mundo que yo ya era capaz de identificar.
Ambas anécdotas explican por qué he elegido celebrar en ESADE los últimos votos que la Compañía me ha concedido, después de lo que ya empieza a ser una no corta trayectoria vital. El mundo está lleno de intereses. Una educación de calidad te pone en contacto con instituciones, empresas y personas de primera relevancia. Te abre las posibilidades de un futuro muy prometedor. Pero la paradoja es que, con frecuencia, cuando más subes menos libre eres. Cuando llegas a puestos muy altos de responsabilidad en realidad dependes de muy pocas personas que son las que te mantienen en lo alto. Hay poco lugar para los matices. Algo semejante a lo que hemos visto en varias universidades de Estados Unidos: patrimonios muy grandes no dan más autonomía e independencia a las instituciones que los poseen.
La Compañía de Jesús fue fundada cuando un grupo internacional de ocho jóvenes y otro un poco más maduro (Ignacio de Loyola) que estudiaban en el Harvard de la época (la Sorbona de París) decidieron – hace 490 años – seguir el modo de vida de Jesús de Nazaret poniéndose al servicio del Papa. Los últimos votos expresan que el último grado de la carrera jesuita no es alcanzar más cargos o más dinero, sino estar más disponible allá donde uno pueda ser útil.
Este es el ideal de la formación jesuita: mantener la libertad de espíritu y la disponibilidad personal para buscar siempre lo mejor en un mundo que nos ata de muchas maneras. A veces a través de nuestras ambiciones, a veces de nuestros miedos. Como siempre el principal enemigo es uno mismo. Pero me parece que es un ideal que sigue valiendo la pena, en el que se puede poner todo el corazón, y que a mí me sigue inspirando para seguir viviendo – y un día morir – en esta mínima Compañía.
¡Muchas felicidades!
Gracias por compartirnos algo tan grande y bonito.